Leo algunas noticias y la palabra salta cual efecto Pavlov: cutrez, pura y sonora cutrez. Y como si fuera un segundo efecto consecutivo, Berlanga aparece en la memoria para recordarnos esa España retrógrada que supo retratar.
Ciertamente hay una España que no sólo no avanza hacia delante, sino que se regodea en el barrizal de su pasado más rancio, quebrando inexplicablemente las leyes de la evolución. ¿Qué es, si no, esta información: “el Ayuntamiento de Valladolid gasta 165.000 euros en corridas de toros”? Y ello sumado a la denuncia de la oposición de que se han reducido drásticamente las ayudas sociales en el municipio, que la empresa de la plaza recibe un “trato especial” y que además los que van a la plaza son una minoría. Cutrez, por tanto, elevada al cuadrado. Y si miramos el resto de noticias, la cutrez se expande en forma de fiestas salvajes que transitan el verano español cual recorrido de la vergüenza. España es un país que se debate entre los que la quieren moderna y plural –y que no parecen dominar los micrófonos–, y los que la desean anclada en los gustos de la caverna.
Para muestra, el botón de la portada alucinante de La Gaceta mostrando los colgajos del torero Jaime Ostos, llegando al éxtasis de la falta de sentido de ridículo. Esa España de toros y pandereta que denunciaron los poetas tiene una tremenda capacidad de sobrevivir a la modernidad.
Pero si lo de los toros y etcétera es cutre, lo es mucho más lo que ocurre en ámbitos menos terrenales. Y quizá son esas zonas oscuras de la democracia las que retratan con más severidad la cutrez del sistema.
El paradigma es la decisión de poner de presidente del Constitucional al señor Pérez de los Cobos, cuyo relato biográfico está plagado de lindezas, con especial notoriedad de las que hablan de la perversidad catalana. Que alguien que ha escrito cosas del estilo “no hay en Catalunya acto político que se precie sin una o varias manifestaciones de onanismo”, o el dinero es “el bálsamo racionalizador de Catalunya”, sea el árbitro del proceso soberanista catalán da la medida del sentido del arbitraje y la “neutralidad” de la política española. Ahora sabemos, además, que el señor Cobos ha pagado rigurosamente durante años sus cuotas de afiliado al PP, incumpliendo el artículo 127.1 de la Constitución que es muy claro en la incompatibilidad de militar en un partido y ser miembro del Tribunal. ¿No lo sabía el PP cuando lo nombró? ¿No se acordaba Cobos cuando aceptó? ¿Ahora callan todos porque se han vuelto mudos? Cutrez, cutrez de personajes que ni tan sólo entienden que la civilización inventó el arte del decoro. Y por supuesto, las leyes que impedían que alguien tan sesgado e ideológico pudiera juzgar las cuestiones colectivas. Pero no pasará nada porque esa es la esencia de la cutrez: la falta de vergüenza en ejercerla. Y de ello, esa España cañí sabe mucho.
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