Pilar Rahola
Si nos pusiéramos estupendos, podríamos hacer una lista de errores: que si duró demasiado, que los cuatro descerebrados que silbaron a Ramoncín deslucieron el buen hacer de miles, que lo de Palestina parecía, en frase feliz de Tian Riba, una idea de la "internacional independentista papanatas", que faltaban algunos, que yo qué sé más..., porque en un concierto de seis horas, con 450 participantes y que aglutinó a 90.000 personas, la suma de errores puede llegar hasta donde uno quiera. Sin embargo, y a pesar de esos tornillos sin aceite, lo realmente importante es que el conjunto no sólo no chirrió, sino que consiguió un coro humano muy afinado.
El Concert per la llibertat fue, por encima de todo, un gran acontecimiento cívico que canalizó las emociones y las reivindicaciones de miles de personas, por los cauces de la tolerancia y la alegría. Si la Diada fue la manifestación del civismo, el Concert fue su fiesta, y es muy probable que la cadena humana sea el colofón. Es decir, nada de aquelarres -aunque fue una noche mágica- ni ningún otro de los sinónimos despectivos que los contrarios usan para ningunear este movimiento que aspira a cambiar el paradigma catalán. Lo que hubo en el Concert fue complicidad, buen rollo, ilusión y esperanza, en coherencia con el alma máter del catalanismo, históricamente vinculado a la idea de civilidad.
Y todo ello en la sede del Barça, cuya espacio -físico y simbólico- siempre ha estado ligado a las luchas catalanas, desde los inicios en los que le clausuraban el campo por silbar a Alfonso XIII. Cuando en una cena del DaD (un efectivo lobby de profesionales a favor del proceso), alguien dijo "hay que llenar el Camp Nou", las hermanas Gemma y Eva Recoder, junto con el inseparable Fede Sardà, asumieron con entusiasmo la organización de esa idea que ahora ha culminado en un éxito rotundo. Por supuesto, sin la ayuda de la gente de Òmnium y Assemblea nada habría sido posible, porque todo este proceso tiene que ver con la suma de muchas complicidades, esfuerzos y ganas, y esa es la grandeza de lo que está ocurriendo, que detrás de cada acción palpitan muchas almas.
De ahí que la lectura de las Españas continúe siendo tan ciega. Primero, porque mantienen la idea de que el ninguneo es la respuesta, haciendo como los niños pequeños, que cierran los ojos para que desaparezcan los malos. Segundo, porque continúan reduciendo lo que ocurre en Catalunya a una simple aberración de cuatro políticos iluminados, sin entender que la petición de la consulta es transversal, plural y masiva. Y finalmente, porque piensan que si dejan podrir la fruta, caerá del árbol. Y resulta que no es una fruta lo que está creciendo en Catalunya, sino un bosque entero. Muriel Casals lo dijo bellamente: "No perseguimos un sueño, somos el sueño". Y ese sueño, el sábado por la noche, demostró una vez más que es pacífico, ilusionante y cívico.
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